Recostado sobre la pared, exhausto, el aliento se difuminaba en el aire como bocanadas de humo. Solo un momento para descansar. Ellos seguían por ahí y nada podría impedir que lo encontraran.
Correr. Debía correr. Era inútil pero aun así surgía ese deseo como la única esperanza posible. Había días y días pero aquel los superaba a todos en mala suerte.
El coche choco por un despiste, el móvil. Como otras veces hablaba mientras conducía con la oficina pero no pasaba nada, su destreza le eximía de tener que prestar toda la atención a la carretera. Y no lo vio. Como cojones pudo no verlo!.
Aquel pequeño salió de debajo de las piedras. Se cruzó. Intento esquivarlo pero inútil. Sonó el golpe por debajo mismo de sus pies rebotando, el traqueteo, controló como pudo la frenada y luego una mirada al retrovisor. Abrió y cerro varias veces los párpados, con la vana esperanza de que aquello no hubiera sucedido pero no resultó. Era real. El pequeño de pelo largo y rizado estaba allí tirado, inerte. Parecía un muñeco abandonado a la intemperie.
Ni siquiera había sangre, pero estaba destrozado, no cabía duda. Una pequeña zapatilla, que había saltado por los aires, resultaba estremecedora.
Y luego los gritos de la gente, de su familia. La mirada directa y desoladora de quién debía ser su padre lo aniquiló al instante y el odio que transmitía le recorrió todo el cuerpo. Negro como el carbón, gitano, de piel oscura. Con las patillas marcándole el rostro y mil cicatrices de mas de una gresca.
Metió primera después del frenazo inicial y huyo a toda velocidad, que otra cosa podía hacer? Si bajaba del coche estaba muerto, tanto como el pequeño cuerpo que reposaba sobre el asfalto. No se había distanciado unas manzanas del trágico escenario cuando un mercedes le golpeaba por detrás. Lo habían seguido. Cogió la autovía pensando que así podría despistarlos, apretar el acelerador y dejarlos atrás pero iba a vida o muerte y casi le cuesta la suya. Lo alcanzaron por un lateral y con un giro del volante lo lanzaron fuera en un golpe bestial. Voló por los aires. Dos vueltas de campana y el mundo al revés.
Salio como pudo y aun le dio tiempo de correr alejándose hacia unas casas que se veían a lo lejos mientras tres tipos, tan mal encarados como el que le había asesinado con la mirada, le seguían de lejos. Pero no tardarían en alcanzarlo, le dolía todo y solo el impulso por sobrevivir le transmitía fuerzas para poner un pie detrás de otro y seguir corriendo.
Después de doblar varias esquinas, zigzaguear, se detuvo. No podía más. Agazapado intentaba recuperar el aliento, pensar. Difícil. Las situaciones limite que había afrontado en su trabajo, en su vida cotidiana de oficinista nada tenían que ver con aquello. Una comisaria, un policía. Debía encontrar alguno, esa era la solución. Aunque fuera a la carcel al menos estaría vivo. Intento recordar cual quedaba mas cerca.
La de calle compañía?
La de la plaza de los lobos?
Se decidió por esta última y echó a correr de nuevo. Al llegar a la esquina un coche le cerró el paso derrapando. Tres tipos bajaron. Sin prisas, sin miedo. Y uno de ellos mirándolo a los ojos solo dijo:
Era mi hermano, cabrón!
Después nada. Un puñetazo? eso pensó y se echo la mano al estómago. Solo cuando bajo la vista y vio su mano roja comenzó a sentir el dolor, a notar como palpitaba la herida. Entraron una tras otra las cuchilladas, no podía ni contarlas pero su cuerpo se retorcía automáticamente a cada una; y el mundo tal como lo había conocido se encerraba entre las brumas.
Cayó de rodillas sin escuchar si quiera el ruido del golpe. La ciudad se había apagado y se escuchaba como los sonidos bajo el agua, obtusos, amortiguados. Pensó en nada y se desvaneció.
Correr. Debía correr. Era inútil pero aun así surgía ese deseo como la única esperanza posible. Había días y días pero aquel los superaba a todos en mala suerte.
El coche choco por un despiste, el móvil. Como otras veces hablaba mientras conducía con la oficina pero no pasaba nada, su destreza le eximía de tener que prestar toda la atención a la carretera. Y no lo vio. Como cojones pudo no verlo!.
Aquel pequeño salió de debajo de las piedras. Se cruzó. Intento esquivarlo pero inútil. Sonó el golpe por debajo mismo de sus pies rebotando, el traqueteo, controló como pudo la frenada y luego una mirada al retrovisor. Abrió y cerro varias veces los párpados, con la vana esperanza de que aquello no hubiera sucedido pero no resultó. Era real. El pequeño de pelo largo y rizado estaba allí tirado, inerte. Parecía un muñeco abandonado a la intemperie.
Ni siquiera había sangre, pero estaba destrozado, no cabía duda. Una pequeña zapatilla, que había saltado por los aires, resultaba estremecedora.
Y luego los gritos de la gente, de su familia. La mirada directa y desoladora de quién debía ser su padre lo aniquiló al instante y el odio que transmitía le recorrió todo el cuerpo. Negro como el carbón, gitano, de piel oscura. Con las patillas marcándole el rostro y mil cicatrices de mas de una gresca.
Metió primera después del frenazo inicial y huyo a toda velocidad, que otra cosa podía hacer? Si bajaba del coche estaba muerto, tanto como el pequeño cuerpo que reposaba sobre el asfalto. No se había distanciado unas manzanas del trágico escenario cuando un mercedes le golpeaba por detrás. Lo habían seguido. Cogió la autovía pensando que así podría despistarlos, apretar el acelerador y dejarlos atrás pero iba a vida o muerte y casi le cuesta la suya. Lo alcanzaron por un lateral y con un giro del volante lo lanzaron fuera en un golpe bestial. Voló por los aires. Dos vueltas de campana y el mundo al revés.
Salio como pudo y aun le dio tiempo de correr alejándose hacia unas casas que se veían a lo lejos mientras tres tipos, tan mal encarados como el que le había asesinado con la mirada, le seguían de lejos. Pero no tardarían en alcanzarlo, le dolía todo y solo el impulso por sobrevivir le transmitía fuerzas para poner un pie detrás de otro y seguir corriendo.
Después de doblar varias esquinas, zigzaguear, se detuvo. No podía más. Agazapado intentaba recuperar el aliento, pensar. Difícil. Las situaciones limite que había afrontado en su trabajo, en su vida cotidiana de oficinista nada tenían que ver con aquello. Una comisaria, un policía. Debía encontrar alguno, esa era la solución. Aunque fuera a la carcel al menos estaría vivo. Intento recordar cual quedaba mas cerca.
La de calle compañía?
La de la plaza de los lobos?
Se decidió por esta última y echó a correr de nuevo. Al llegar a la esquina un coche le cerró el paso derrapando. Tres tipos bajaron. Sin prisas, sin miedo. Y uno de ellos mirándolo a los ojos solo dijo:
Era mi hermano, cabrón!
Después nada. Un puñetazo? eso pensó y se echo la mano al estómago. Solo cuando bajo la vista y vio su mano roja comenzó a sentir el dolor, a notar como palpitaba la herida. Entraron una tras otra las cuchilladas, no podía ni contarlas pero su cuerpo se retorcía automáticamente a cada una; y el mundo tal como lo había conocido se encerraba entre las brumas.
Cayó de rodillas sin escuchar si quiera el ruido del golpe. La ciudad se había apagado y se escuchaba como los sonidos bajo el agua, obtusos, amortiguados. Pensó en nada y se desvaneció.